martes, 8 de noviembre de 2016

Amor a las #Fallas desde fuera

Una lectora nos cuenta sus sentimientos sobre las fallas y Valencia Lo que más me gusta de las fallas es la ofrenda a la Virgen y les mascletaes Sugerencia a las Comisiones falleras: "que todo el mundo pudiera entrar a ver los detalles de la falla sin pagar"

Soy valenciana, jubilada, de pueblo. Tengo 5 hijos y 7 nietos. En el año 1971 nos fuimos por motivos laborales a vivir al norte de España, 4 de mis hijos nacieron allí, en Bilbao. El quinto, por fin, nació aquí, en Valencia.

Ninguno de nosotros somos falleros, pero yo particularmente vivo las fallas intensamente, desde fuera, a mi manera. Las siento, las amo, noto que soy parte de ellas y me nacen del corazón.
Durante los 13 años que hemos vivido fuera, cada vez que veníamos hacia Valencia, desde unos kilómetros antes de llegar a nuestra tierra, en fiestas de Pascua y San José, bajaba la ventanilla y todo me olía a azahar, era algo que se me ha quedado dentro de mí, que me hace despertar, sentirme viva, estar contenta, era algo que, recordándolo, me alimentaba cuando no estaba aquí, en “la meua terreta”.

En ocasiones, si alguno de mis hijos ha estado fuera de España, en cuanto llegaban las fallas y me iba a la mascletá y olía ese humo, esa pólvora caliente, y presentía ese azahar, me emocionaba tanto el pensar que no podrían vivir ese momento y sentir lo mismo que yo, que me saltaban las lágrimas aun sin querer, y todavía me acordaba más de ellos.

A mí lo que más me gusta de las fallas es la ofrenda a la Virgen y les mascletaes.
La mascletà, el poder ver y sentir esa fuerza de la pólvora que empieza no siempre suave y que termina impregnándote los pulmones de ese olor, “a fiesta”, de esa energía que me hace saltar y que me hace sentir que estoy viva, que sigo viva, que estoy presente en una manifestación explosiva y pacífica de intensa emoción, alegría y energía positivas.

 La ofrenda a la Virgen es también algo difícil de explicar. ¿Cómo se explican los sentimientos que ni tú misma eres capaz de trasladar a tus más allegados?

Ya cuando estaba en el norte y la veíamos desde la tele, las lágrimas me salían sin querer de la emoción de ver tanta fallera perfectamente engalanada con sus mejores vestidos, sus mejores aderezos sus mejores mantillas, su ramo de flores que lucen con orgullo aunque sea sólo una parte de esa ofrenda a su Virgen porque la otra la llevan en el corazón. Horas y horas en pie, siempre mostrándonos su alegría y su sonrisa. Cargadas algunas con sus hijos casi recién nacidos para que esa Virgen, esa Maredeueta, los bendiga y les llene de amor para siempre. Y ya el apoteosis final, cuando entran en la plaza y se quedan a sus  pies entregando junto a su ramo sus sentimientos y sus deseos.
Yo siempre le digo a mi marido que no me gustaría morirme sin vivir esa experiencia, pero no me ha llegado esta ocasión: sigo viviéndola, desde fuera, muy intensamente.

Todos los años, una semana antes de las Fallas, me compro una revista excepcional que describe a la perfección todas las fallas y su programación. Te informa de todos los actos falleros y me hace vivirlas como si fuera parte de ellas. La leo varias veces y hago de guía de mis hijos, de mis hermanas y de mis amigos. Les cuento la temática de cada falla, sus características técnicas, quien ha sido su artista fallero, cuantos premios ha conseguido, su presupuesto, su tradición, etc., etc., etc.

Solemos salir los días 16 ó 17, por la noche, pues es cuando suele haber menos gente viéndolas y se puede disfrutar más de ellas contemplándolas en una tranquilidad relativa. También les recomiendo, que entremos a verlas por dentro: esos ninots, sus detalles, la trama,   la picaresca oportuna de los carteles que las acompañan, porque el resultado del trabajo de ese artista fallero es un monumento que hay que ver,  son verdaderas obras de arte que ojalá se pudieran quedar sin quemar pero… eso son las fallas, arte, arte y arte.

Una sugerencia a la Junta Central Fallera y a las Comisiones de Fallas: que todo el mundo pudiera entrar a ver los detalles de la falla sin pagar, ordenadamente y con cierto control, pero sin pagar, y que al finalizar la visita cada cual aportara su voluntad si lo estimara conveniente. Seguro que crecería el amor generalizado por las fallas, logrando que “todos los espectadores” nos sintiéramos parte de su construcción, aunque solo fuera por unos días.

Hace dos años organicé un viaje para ver las Fallas el 17 de marzo. Éramos 50 personas; la mayoría extranjeros: ingleses, alemanes y holandeses. Mi objetivo era contagiarles un poco mi pasión por las Fallas. Preparé un escrito en diferentes idiomas en el que les explicaba el origen de las Fallas. Les traduje las letras de varias canciones falleras, que a su vez grabé en un CD, para que durante el viaje en autobús pudieran cantarlas, les regalé el pañuelo típico fallero, y les fui explicando la variedad paisajística de “la nostra terreta”: huertas, cultivos, playas, montañas, La Albufera, en el trayecto desde Oliva hasta Valencia.

Se les veía contentos, satisfechos, y muy interesados por todo lo que iban descubriendo. En Valencia les llevé a la Ciudad del Artista Fallero, a ese museo tan maravilloso y cuya visita recomiendo a todo el mundo, no solo por los ninots que contiene y la evolución que han sufrido en el tiempo, sino por el video tan maravilloso que te presentan, y que en diferentes idiomas te cuenta las diferentes etapas en el desarrollo de la construcción de un ninot y de toda una falla.

Es sensacional poder ver el trabajo tan perfeccionista, el esfuerzo, el ingenio, la creatividad, llevadas a cabo por los artistas falleros, verdaderos genios que fuera de nuestro entorno no son lo suficientemente conocidos. Se quedaron con la boca abierta, igual que les hubiera pasado a la mayoría de valencianos que no conocen este museo, si se acercaran a verlo. Y ya fue el apoteosis cuando fuimos a ver la falla de “Na Jordana”, que entonces exhibía su “caballo de Troya”. Alucinaban al ver todas las cualidades descritas por el artista fallero, culminadas en esa obra, ese monumento, el caballo de Troya. Y seguían sin entender porque había que quemarlo y cómo era posible que, a partir del día siguiente, las comisiones falleras ya estuvieran trabajando en el proyecto del siguiente año. Creo que hay que ser muy valenciano para entenderlo.

Seguimos andando por el barrio del Carmen, comieron su chocolate con churros y porras, hasta que llegamos a la plaza del Ayuntamiento para ver la mascletá. Casi todos me siguieron, pues muy pocos se quedaron en la estación de trenes por temor a las explosiones de los cohetes. Subimos a un piso alquilado desde donde se veía perfectamente esa inmensa masa de gente que, poco a poco, iba apelotonándose. Se oían esas pequeñas bandas que provocaban con su música que la gente saltara, mientras soportaban estoicamente ese sol más de verano que de primavera, solo apaciguado por algunas rachas de brisa de levante que acariciaban los sentidos.

 Sonaron desde el palco del Ayuntamiento las canciones que mis acompañantes se habían aprendido en el trayecto, lo que les hizo sentirse más eufóricos, y tras ellas, el reloj, las 2 de la tarde, el momento esperado en que la fallera mayor dice las palabras mágicas: “Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà”.

Fue impresionante desde el principio al final. La verdad es que pensaba que les iba a asustar tanto estruendo, pero al final terminaron saltando de emoción y de alegría, como me pasa a mí cuando una mascletá me gusta, y… fue maravilloso.

La comida la hicimos en un bar-restaurante de Campanar, donde vivíamos antes de jubilarse mi marido y trasladarnos a Oliva. Comieron arroz meloso de marisco y bebieron un sinfín, ¡hay que ver como beben!. Me dijeron que vendrían muchas más veces a ver las Fallas y me agradecieron continuamente la oportunidad que les había brindado de descubrir esta faceta tan especial del mundo de las Fallas.

Me sentí enormemente satisfecha de sus muestras de cariño, de verlos tan emocionados, y me quedé con la promesa de que volverían con sus hijos y nietos, que procurarían, al igual que seguiré haciéndolo yo, transmitir a todo el mundo esa forma de vivir y sentir las fallas, con todo el cariño posible,  vistas desde fuera.

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